divendres, 17 de febrer del 2012

Tejemanejes en la federación

* Esta historia es ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Cuentan las leyendas que hubo una vez que un club de fútbol consiguió ganar nueve copas continentales. Las primeras cinco eran en blanco y negro, y en un formato diferente al que tiempo adelante habría, pero daba igual, porque sus seguidores daban por hecho que eran nueve. Y punto pelota. Da igual que alguna de ellas la hubiesen ganado por un polémico fuera de juego de uno de sus jugadores. Da igual, porque a lo hecho, pecho. Y punto pelota.

Lo que no daba tanto igual era que llevasen tanto tiempo sin probar la gloria que supone ser el mejor club de Europa. Pero es justo que ganen los mejores y los que realmente lo merecen, ¿no?

El club de fútbol también llevaba tiempo sin cumplir ninguna hazaña en general, pero daba igual, porque en un momento dado una prensa sibilinamente asociada a él formó una especie de unión simbiótica, y cualquier memez, por pequeña que fuera, era considerada digna de la más grande de las épicas jamás descrita.

Fruto de las necesidades, en las elecciones presidenciales del club, salió electo un señor que formaba parte de un grupo de constructoras que tenía mucho dinero y que para ganarse el corazón de los aficionados y seguidores se hizo con los servicios de jugadores de renombre, jugadores consagrados, incluso llegó a birlarle uno a su mayor rival, todo a cambio de un gran dispendio económico, que aunque los aficionados achacaban a su gran fortuna personal, gran mayoría de ellos ni siquiera pensaron en pedirle cuentas al club. Al fin y al cabo la prensa sibilina daba por hecho que la economía del club era boyante y el dinero gastado era bien invertido.

Eran grandes tiempos para el club, como para no serlo habiendo fichado la crème de la crème de los futbolistas de la época, además su gran rival no paraba de dar tumbos en las competiciones que pisaba. Podría tratarse del sueño erótico del más onanista de los aficionados. Pero los tiempos en que corrían y fruto de las urgencias históricas, algo no cuadraba. Y el señor tuvo que marchar por la puerta del servicio.

Eran tiempos revueltos, ni los presidentes ni los entrenadores duraban dos telediarios. Se fichaban jugadores para tapar la crisis, y aunque todo el mundo veía que ese histórico club era una sombra de lo que antiguamente fue, la prensa hacía todo lo posible por cubrir los huecos, pero en la era de la información, no daban abasto. Finalmente, el señor que había huído con la pierna entre colas... ¿o era al revés? Bueno, como sea, el señor de la constructora volvió con más dinero, y la prensa le allanó el camino a la presidencia.

Llegó el tiempo en que su rival histórico, aquél segundón del que siempre hacían mofa, había invertido bien su dinero, con interesantes fichajes, y además, también había conseguido invertir bien su tiempo, consiguiendo hacer crecer unos chavales con unos valores y un estilo de fútbol. Y no solo ya no daban tumbos en las competiciones sino que encima tenían la desfachatez de ganarlas... ¡Habráse visto!

Entonces el señor de la constructora, con mucho dinero fichó sus tres mosqueteros particulares: un lusitano atlético, apolíneo y sobrevalorado, un brasileiro que estaba en la etapa de ser una sombra de lo que fue, y un francés en edad de crecimiento que apuntaba maneras. En todo ello se dejó una millonada, pero hizo su efecto: tapó el éxito deportivo de su mayor rival, que lo que había conseguido era grande, muy grande.

Al segundo año, viendo que el rival histórico seguía con las mismas, fichó al entrenador que había evitado que el rival histórico pudiese, en el peor de los casos, celebrar el título de campeón continental en su estadio. Cabe decir que el entrenador, lusitano para más señas, no acababa de ser trigo limpio, pero el señor de la constructora se lo jugó todo a esta carta.

El lusitano no fichó para apaciguar las urgencias históricas, sino para llenar su currículum, y siguió sus tácticas preestablecidas que tantas multas habían costado a sus antiguos clubs, pero en el club histórico parecía tener bula, y la prensa sibilina le daba todo su apoyo. Cada vez sus declaraciones eran más falsas e incendiarias, pero daba igual, porque nadie hacía gesto de pararlo. Sus quejas cada vez apuntaban a un culpable: el árbitro. Daba igual que dos amigos árbitros suyos hubieran birlado en dos ocasiones clarísimas la eliminatoria a equipos que realmente lo merecían en su favor. Daba igual que la federación no actuase de oficio ante tales declaraciones. Porque la prensa sibilina hubiese puesto en la picota a todo aquél que se hubiese atrevido a ir en su contra. Sin embargo, el rival histórico no parecía tener límite en el terreno de juego.

Entonces llegó la segunda temporada, y el entrenador lusitano lo tenía todo a su favor. Estaba sembrando lo que había cultivado la temporada anterior. Ahora su club podía dedicarse a dar coces en el terreno de juego cuales mulas que terminaban el partido con once hombres en el terreno de juego. Da igual que no jugaran a nada, porque a la mínima conseguían una pena máxima a su favor. Da igual que su jugada de ataque empezara fuera de juego o con falta. Y todo el mundo lo veía, pero el altavoz que era la prensa sibilina conseguía taparlo todo. Aunque tuviesen que defender lo indefendible.

Y así, el club histórico volvió a poseer la casta y el coraje que lo caracterizaba, volvió a ser el mejor en su país, superando claramente a su rival histórico, que volvió a ser relegado a segundón bufón. Pero la competición continental seguía resistiéndosele, porque como he dicho, ésta la ganan los que realmente lo merecen, los que son los mejores en el terreno de juego y, sobre todo, los que juegan a FÚTBOL.

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